Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 12 de marzo de 1890
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Cánovas del Castillo
Número y páginas del Diario de Sesiones: 113, 3408-3412
Tema: Presupuestos generales del Estado para 1890-91

Quien no puede más, Sres. Diputados, soy yo. He presenciado este ya enojoso debate con la paciencia de un santo; he oído con calma y sufrido en silencio ataques al Gobierno, tan inoportunos como injustificados, con motivo de la cuestión que se discute; pero he tenido consideraciones que no han sabido agradecérseme, y voy a decir la verdad de lo que ha pasado en este asunto a que tanta importancia da el Sr. Cánovas del Castillo a última hora, cuando no se ha acordado de él durante los ocho meses que hace se viene tratando. (El Sr. Cánovas del Castillo: ¿Estaba puesto a discusión?). El Gobierno de S. M. piensa, como el Sr. Cánovas del Castillo, que ante todo y sobre todo debe atenderse a las economías que con razón reclama el país, y en esta idea el Gobierno de S. M. ha hecho verdaderos sacrificios para proporcionarlas.

Yo debo declarar que uno de los sacrificios mayores que hacía el Gobierno era la propuesta de las economías de que se trata, porque el Gobierno, no podía ni debía olvidar que hace muy poco tiempo, para ayudarle en su propósito de extender la justicia todo lo más posible por el país, habían hecho los pueblos sacrificios superiores a sus fuerzas, sacrificios que las economías que ahora se trata de introducir hacían estériles para esos mismos pueblos.

Claro está que el Gobierno debía tener en cuenta las economías; pero los Gobiernos no pueden olvidar los sacrificios qua hacen los pueblos, mucho más cuando los realizan en la situación miserable y precaria en que ahora se encuentran.

Y el Gobierno se hallaba verdaderamente perplejo entre estos dos deberes: entre el deber de las economías y el deber de atender a aquellos pueblos que, respondiendo a las excitaciones del Gobierno, habían hecho sacrificios superiores a sus fuerzas y habían comprometido su fortuna para el porvenir.

¿Qué extraño es que el Gobierno dudara entre estos dos deberes? Y sin embargo, el Gobierno se resolvió por las economías y tomó el acuerdo, y estaba dispuesto a mantenerlo, y lo mantiene hoy; pero en el momento en que tomó el acuerdo se vio acosado por reclamaciones de todo género. Diputados de todos los lados de la Cámara, representantes del país de todos los partidos, acuden al Gobierno en demanda de que no hiciera aquellas economías, que perjudicaban en gran manera a muchos pueblos de la Península. El Gobierno se mantuvo firme ante estas reclamaciones, y los Diputados de los diferentes lados de la Cámara se reunían, discutían y acordaban ver al Gobierno, y se presentaban a mí en demanda de que el Gobierno no hiciera aquellas economías y conservara las Audiencias.

El Gobierno no quiso acceder a sus pretensiones; pero, por último, una Comisión compuesta de individuos de todos los partidos políticos se me presentó con una petición que tengo aquí, en la cual se pide que el Gobierno no realice esas economías porque las creen perjudiciales. Yo conté a la Comisión que el Gobierno mantenía el acuerdo y que no podía menos de proponer a las Cortes esas economías. Entonces me hicieron un argumento; me dijeron: "Señor Presidente, ya que usted (pues era en el terreno amistoso en el que lo demandaban) se muestra inflexible para suprimir las Audiencias, por lo menos rogamos a usted que haga dentro de su partido lo que hacemos nosotros dentro de los nuestros. -¿Pues qué hacen ustedes dentro de sus partidos? No considerar esta cuestión como cuestión de partido; no hacer de esta [3408] cuestión una cuestión política. -¿Y es que los partidos a que ustedes pertenecen no hacen de esto una cuestión política, de la cuestión de las economías? No; y la prueba de que no la hacen, es que estamos aquí adversarios de usted en demanda de eso mismo". (El Sr. Romero Robledo: ¿Quiénes eran?). Le voy a decir a S.S. quiénes eran: eran una Comisión compuesta de 10 ó 12 Diputados y Senadores, que venían en hombre de setenta y tantos, cuyas firmas tengo aquí, a presentarme esta petición, a la cual no quise acceder, y que dice así: "Los Senadores y Diputados que suscriben suplican al Gobierno de S. M., y muy especialmente a los Sres. Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Gracia Justicia, que no se suprima ninguna Audiencia de lo criminal, porque la supresión resultará gravosa al Estado, perjudicial a la administración de justicia y contraria también a los intereses de los pueblos".

A esto me negué en absoluto; pero a lo que no pude negarme fue a considerar esta cuestión dentro de mi partido como ellos la consideraban dentro de los suyos. (El Sr. Romero Robledo: Pero ¿quiénes eran esos?). Ellos me decían: no es cuestión política; no es cuestión de partido; y la prueba de que no es cuestión política ni cuestión de partido, es que nosotros estamos aquí acompañados de amigos de la situación para venir a pedir al Sr. Presidente del Consejo de Ministros que no considere esta cuestión como cuestión política ni cuestión de partido. Y me añadían: porque estas economías no las quieren las Cortes. -¿No las quieren las Cortes? les dije yo. Pues si no las quieren las Cortes, yo no quiero gobernar contra las Cortes ni hacer nada contra las Cortes. (Varios señores Diputados: Muy bien, muy bien. Eso es lo parlamentario). Todo lo que yo puedo hacer para ver si ustedes tienen razón (porque todos creían contar con la mayor parte de sus amigos en sus respectivos partidos), y no tengo inconveniente en hacer dentro de mi partido lo que hacen ustedes en los suyos, es no hacer de esta cuestión una cuestión política, no hacer de ella una cuestión de partido; y puesto que ustedes creen que las Cortes repugnan esa reforma porque lamentan los sacrificios que han hecho los pueblos y creen que son injustas estas economías, y puesto que ustedes creen que las Cortes no quieren esas economías, yo he de dejar en libertad a las Cortes, al menos en lo que a mí se refiere, para que resuelvan las Cortes; pero el Gobierno sostiene estas economías. (Muy bien. -El Sr. Romero Robledo: ¿Quiénes eran esos?). Yo no lo sé, no lo recuerdo, porque eran 10 ó 12 Diputados los que fueron; pero a S.S. le bastará saber que de sus amigos figuran en la exposición los siguientes: los Sres. Ducazcal, Pons, Álvarez Marino, Campoamor y Campomanes; total, 5; casi todo el regimiento que manda S.S. (Risas. -El Sr. Romero Robledo pide la palabra. -El Sr. Pons: ¿Pero es que S.S. se refiere a la última entrevista que tuvimos el honor de celebrar con S.S.?). No; a la exposición que tengo aquí. (El Sr. Pons: Yo hablo de las palabras que S.S. citaba, y se refiere S.S. a la última entrevista que tuvimos varios Diputados con S.S.). No lo sé, porque he tenido varias; he estado constantemente acosado.

He tenido varias entrevistas, porque sepa el señor Cánovas del Castillo que sus amigos, como mis amigos, no me han dejado vivir desde hace seis meses. ¿Es que yo podía y debía desatender las reclamaciones de los pueblos; y no oír las reclamaciones que hacían los representantes del país en uso de su derecho, en cumplimiento de su deber? ¿Es que el ceder, como he cedido en parte, a esas reclamaciones, es no saber gobernar? Pues entonces, declaro que no sé gobernar; pero entiendo que de esa manera se gobiernan mejor los pueblos que de la manera contraria. (Muy bien).

Aquí se confunde, Sres. Diputados, muchas veces la energía con la terquedad, y en el Gobierno, dado el punto en que se me colocaba la cuestión, hubiera sido una terquedad no acceder a la solicitud que representantes del país de las diferentes agrupaciones de la Cámara me dirigían.

En último resultado, todo lo que pedían era una cosa que debe concederse siempre, que es, que se deje en libertad a la Cámara para que, con arreglo a su conciencia y con arreglo a lo que crea mejor para los intereses de los pueblos, resuelva las cuestiones sin presión ninguna del Gobierno. ¿Qué mal hay en esto? ¿Qué daño hay en esto, para que se venga ahora todos los días atacando al Gobierno por haber cedido?

Pero es maravilla, Sres. Diputados; a ciencia y paciencia de los jefes de partido que han combatido al Gobierno por esta cuestión, han venido sus correligionarios dando estos pasos, acercándose al Gobierno, teniendo estas conferencias, tomando estos acuerdos, publicándolos en los periódicos. (El Sr. Vizconde de Campo-Grande: Sólo en nombre propio). Y esos jefes no dicen nada a sus amigos, y cuando viene la cuestión al Congreso entonces arremeten contra sus amigos y contra el Gobierno, ¿por qué? porque han creído que de esta manera podían crear una dificultad al Gobierno, y ha habido aquello de: "yo me quedo tuerto con tal que el Gobierno ciegue". (Risas). Pues el Gobierno no ciega, y se van a quedar tuertos esos jefes que se han conducido de esa manera. (Risas).

Yo no soy mal pensado; yo no puedo suponer en los demás propósitos que yo no tendré jamás; pero es la verdad que al ver la conducta de esos señores, tan severos ahora con sus amigos después de dejarles entenderse y ponerse en inteligencia con el Gobierno, que cuando el Gobierno llega a una inteligencia con ellos atacan al Gobierno y atacan a sus amigos, me parece a mí que lo que se ha querido hacer con esto no es salvar las economías, sino hacer de ello una cuestión política, hasta el punto de que si el Gobierno no hubiera cedido a las pretensiones de esos correligionarios de los que ahora tan irritados se manifiestan con la conducta de sus amigos, hubieran atacado al Gobierno por haber sido intolerante, por haber sido terco, por haber sacrificado a los pueblos que tantos gastos han hecho, y hubieran tenido las Audiencias que ahora se pretende suprimir, defensores tan elocuentes como el Sr. Cánovas, el Sr. Romero Robledo y algún otro Sr. Diputado; pero como el Gobierno no ha hecho eso, atacan al Gobierno porque ha sido débil, ¿con quiénes? con sus propios amigos, y para atacar al Gobierno no han tenido inconveniente en atacar a sus propios amigos, y en atacarlos indebidamente, porque esos amigos trabajaban a la luz del día a ciencia y paciencia de sus jefes, con el consentimiento tácito de S.S. (El Sr. Cánovas del Castillo: Se equivoca S.S. Con ningún consentimiento; nadie lo dirá). Tácito, sí. (El Sr. Cánovas del Castillo: ¿A que no lo dice nadie?). Tácito, sí. Ya lo he dicho, Sr. Cánovas: con su [3409] consentimiento tácito. (El Sr. Cánovas del Castillo: Ni tácito ni de ninguna clase). Pero si a S.S. le parecía mal esa conducta, si S.S. creía que esa era cuestión de partido, y que el Gobierno debía hacer cuestión de Gobierno, ¿por qué no advirtió a tiempo a sus amigos? ¿Por qué no les atacó en el primer movimiento? ¿Por qué les permitió que continuaran gestionando? (El señor Cánovas del Castillo: En primer lugar, porque no lo supe, ni tenía por qué saberlo; porque yo no me ocupo de las conferencias particulares que tiene su señoría. -Rumores). Aquí sí que viene bien aquello de:

Todo Madrid lo sabía,

todo Madrid, menos él. (Grandes risas).

(El Sr. Cánovas del Castillo: Cuando no se sufre, como yo no sufro, nada importa. Cuando lo he sabido es cuando yo he cumplido con mi deber). Pues yo declaro que el Sr. Cánovas, que tiene grandes cualidades para jefe de partido, tiene una desventaja muy considerable, y es, que se entera muy tarde de las cosas que pasan en su partido. (El Sr. Cánovas del Castillo: Me entero de los negocios, no de las conversaciones particulares). ¡Pues apenas era negocio grave el que traían entre manos los correligionarios de S.S.! No tiene disculpa, créame S.S.; es peor, lo echará más a perder cuanto más trate de defenderse. (Grandes risas).

Porque así como yo dije, Sr. Cánovas, así como dije que de la tripulación de ese barco en que el señor Romero Robledo navega tan bien, la mayor parte de esa tripulación está aquí firmando esta exposición, del Sr. Cánovas no hay más que 13. (El Sr. Cánovas del Castillo: Tengo 73, aunque el número sea exacto). Si quiere S.S., se lo leeré. (El Sr. Cánovas del Castillo: Me es indiferente. Yo represento 73, y si se quitan 13, todavía quedan 60). Yo no quería hacer nada de esto, pero S.S. esta tarde ha estado bastante duro conmigo para que yo me defienda, para que yo no tenga a S.S. consideraciones que S.S. no ha querido guardarme a mí.

Por lo demás, pocos o muchos, si son 73, me parece que descontentar 13 es bastante; porque debo advertir a S.S. que, o faltan al compromiso solemne que han contraído, o tienen que aceptar los rayos de excomunión con que S.S. hirió al Sr. Vizconde de Campo-Grande. Y aunque sean 73, no está el ejército tan sobrado que pasea desapercibidos 13 muertos. (El Sr. Cánovas: No hay muertos ni vivos. -Varios señores Diputados: Que se lean). Pues son los siguientes: Sr. Cabezas, Sr. Vizconde de Campo-Grande, Sr. Domínguez (D. Lorenzo), Sr. Cañamaque, Sr. Martín (D. Juan Antonio), Sr. Gurrea, Sr. Conde de Revillagigedo, Sr. Rodríguez San Pedro, Sr. Conde de Canga-Argüelles, Sr. Santa Cruz (D. Francisco), Sr. Marqués de Pidal, Sr. Mon y Sr. Marqués de Hoyos.

No sólo son muchos, sino que son buenos. (Varios Sres. Diputados de la minoría conservadora: Contando tres Senadores. -El Sr. Cárdenas: Que se lean los de la mayoría). Si se quiere, no tengo inconveniente en leer los de la mayoría; pero como a consecuencia de la petición de los Sres. Diputados yo dejé la cuestión libre, no hay para qué leer los de la mayoría; cada cual hará lo que tenga por conveniente. (El Sr. Pidal y Mon: Un ratoncillo ridículo comparado con la montaña). ¿Es un ratoncillo también el hermano de S.S.? (Grandes risas. -El Sr. Pidal y Mon pronuncia algunas palabras que no se oyen).

Pues yo declaro, Sres. Diputados, que haber hecho lo que se ha hecho; que dejar a los correligionarios políticos que tomen un camino determinado en una cuestión tan grave; que asentir a que pacten, a que se entiendan con el Gobierno? (El Sr. Cánovas del Castillo: Ese asentir es una cosa inexacta, por no decirlo con otra palabra). Pues consentir, porque S.S. no lo prohibió. (El Sr. Cánovas del Castillo: Bueno; pues lo uno y lo otro carecen de verdad). No se moleste S.S., que yo no quiero molestarle. (El Sr. Cánovas del Castillo: No me molesta nada). Pero tolerar con su ignorancia, tolerar con su desconocimiento de los hechos, siquiera fueran tan públicos y tan notorios, este camino de sus amigos, para luego, cuando se va a realizar lo que ellos buscaban con el desconocimiento de S.S., por lo visto, pero conociéndolo todo el mundo, venir a excomulgarlos, y por eso atacarles a ellos y atacar al Gobierno, eso, Sr. Silvela, eso no es gobernar ni bien ni mal, eso es faltar a la formalidad, y la formalidad es lo primero que se necesita para gobernar los pueblos. (Muy bien).

Por lo demás, que ceder a ciertas exigencias, oír ciertas reclamaciones, ser amable en ciertos asuntos con las personas que con amabilidad y con cariño y con dulzura se presentan a demandar lo que creen que es justo, no sea conveniente para gobernar, podrá ser cierto; pero a mí me parece que en los tiempos presentes, mejor que con sacar la caja de los truenos y de los relámpagos por cosas pequeñas como por cosas grandes, mejor que con ese procedimiento autoritario, con ese sistema de disciplina rígida para todo y por todo, se gobierna con ciertos procedimientos; entiendo yo que en estos tiempos se gobierna mejor con procedimientos suaves, sin que falte la energía cuando es necesaria, que con esa tirantez constante y con esos procedimientos autoritarios y con esas excomuniones contra amigos y adversarios.

Lo primero, Sr. Silvela, podrá ser conveniente para un país en que no haya nada que gobernar; lo segundo será conveniente para países en que haya mucho que gobernar; pero yo debo hacer observar a S.S. que este país en que vivimos, que este país a quien representamos, no ha pasado nunca por muy fácil de gobernar, y que, sin embargo, con este procedimiento de templanza y de moderación yo doy a S.S. y a todos mis conciudadanos un sosiego, una tranquilidad y un reposo que jamás la tuve yo con S.S. y con sus amigos. (Muy bien. -El Sr. Cánovas del Castillo: Pido la palabra para rectificar). Pero que el Sr. Cánovas del Castillo ha querido hacer de esto una cuestión política, bien se ve. Su señoría, realmente, no ha defendido la economía de que se trata; ha pasado por ella como sobre ascuas, y en cambio S.S. ha hecho el discurso más político que ha pronunciado quizá desde que existen estas Cortes, habiendo venido a suponer que el Presidente del Consejo de Ministros actual no acepta toda la responsabilidad de este Ministerio y de todos los que ha tenido la hora de presidir.

También ha supuesto S.S. que el Presidente del Consejo de Ministros actual es irresponsable. ¿De dónde ha deducido el Sr. Cánovas eso? ¿Pues no estoy todos los días respondiendo de mis actos ante S.S. y ante el Congreso y ante el Senado? ¿Por qué no me exige S.S. la responsabilidad? ¿Dónde está mi irresponsabilidad?

Que yo he presidido Gobiernos que han tenido [3410] distintos programas. Yo no diré, como S.S., que en eso falta a la verdad; pero sí le diré que eso es completamente inexacto. Yo, desde que tuve la honra de presidir el primer Consejo de Ministros hasta ahora que tengo la honra de presidir este Gobierno, he marchado siempre en la misma dirección y con el mismo programa; todo lo más que ha podido sucederme es lo que S.S. ha declarado que le ha sucedido a S.S., que ha tenido muchas veces que modificar en poco o en mucho su pensamiento.

Pero decía el Sr. Cánovas: "yo sólo asumía la responsabilidad de todo eso". ¿Quién ha asumido la responsabilidad de las variaciones de los planes de los Gobiernos que he presidido, más que yo?

El Sr. Cánovas del Castillo, que para atacarme esta tarde con verdadera inoportunidad, permítame S.S. que se lo diga, ha venido a defender lo mismo que en otras ocasiones ha combatido, ha supuesto que yo he faltado al programa del partido liberal en las reformas militares, porque después de la salida del señor Cassola del Ministerio no hice las reformas o hice otras.

En esto padece S.S. una equivocación. Yo realicé las reformas del Sr. Cassola con aquellas modificaciones que el mismo Sr. Cassola aceptaba. (El señor Romero Robledo: Dice que no el Sr. Cassola). Pues el Sr. Cassola se equivoca. Es más: el mismo Sr. Cassola me declaró una y mil veces que no saldría adelante con mi propósito de sacar aprobadas de las Cámaras sus reformas, que no las podría ver aprobadas, y en efecto, el Sr. Cassola se equivocó. (El Sr. Cassola: Yo no he dicho nunca eso). Dudó siempre S.S. de que salieran adelante las reformas. (El Sr. Cassola: Desde aquel banco -Señalando a uno de la mayoría- nunca desde el Gobierno).

Pues eso es lo que he dicho. Las reformas se hicieron en la medida en que fue posible hacerlas y en el orden en que el Sr. Cassola quería hacerlas. Se hizo lo principal, y todavía queda algo por hacer; pero ni esto rechaza el Gobierno: cuando haya tiempo lo discutirá. (El Sr. Cassola: No lo habrá, nunca). Lo mismo decía S.S. de las que han salido, y salieron. De manera que, por lo menos, yo tengo la prueba de que salieron aquellas reformas, a pesar de que el Sr. Cassola creía lo contrario. Ahora cree S.S. que no van a salir éstas, y yo creo que saldrán, sobre todo si me ayuda S.S., como espero que me ayudará en la cuestión de reformas militares.

Conste que yo no he variado de programa respecto de las reformas militares, como no he variado de programa en nada, y no me demostrará lo contrario el Sr. Cánovas, a pesar de su arrogante afirmación.

Después de eso, ¿qué queda de la argumentación de S.S.? Ya lo demás lo ha dicho S.S. en alabanza propia, y sobre eso nada tengo que decir, porque, de elogiar a S.S. en ese sentido, todavía tendría yo que añadir mucho más; que por mucho que S.S. diga, más merece.

Digo en alabanza propia, porque me parece que es en alabanza de un hombre político tan importante como S.S., decir que las leyes que hagan sus adversarios a pesar de la oposición de S.S., serán honradamente cumplidas por el Sr. Cánovas, serán lealmente cumplidas por el Sr. Cánovas, tan lealmente como pudieran serlo por los mismos que las hagan. Ésta es una alabanza... (El Sr. Cánovas del Castillo: Es mi obligación). Es verdad que es su obligación; pero ¡cuánto trabajo y cuánto tiempo le ha costado a S.S. manifestarlo! (El Sr. Cánovas del Castillo: Lo vengo manifestando hace tiempo. Bajo el Ministerio Posada Herrera, cuando S.S. combatía el sufragio, manifesté yo que si se aprobaba lo respetaría; y si no, aquí hay muchas personas que pueden comprobar lo que digo). Su señoría ha tenido en esto muchas vacilaciones; pero, en fin, de eso no tengo nada que decir, sino que agradezco a S.S. la declaración. A mí no me hacía falta, pero cree S.S. que no sobra. Bueno es que se sepa que, a pesar de la oposición que S.S. ha hecho a todas las reformas que el partido liberal ha realizado, S.S. está dispuesto a cumplirlas con lealtad, como lo haría el partido liberal. (El Sr. Cánovas del Castillo: Como S.S. hizo con la Constitución). Lo mismo. No hay más sino que yo me declara más pronto.

Pero, en fin, sea de ello lo que quiera, bueno es que conste, porque S.S., si viene algún día al Poder, que yo creo que vendrá, aunque presumo que no tan pronto como S.S. y sus amigos se figuran? (El Sr. Cánovas del Castillo: Como le conviene al país). Yo no diré si le conviene al país, y yo no sé hasta qué punto pueda convenirle al país; pero paréceme que si hubiéramos de preguntarle y si pudiera contestar tan fácilmente como yo contesto, no había de quedar S.S. muy satisfecho de la contestación. De todos modos, cuando vuelva S.S. al Poder, aunque no me parece que ha de ser tan pronto como S.S. y sus amigos lo creen, bueno es que sepa el país que S.S. respetará y cumplirá tan lealmente como los mismos que las hicieron, las leyes que el partido liberal ha dado. Pero (y aquí entra siempre la diferencia que ha de existir, aunque no haya entre nosotros mayores diferencias en la cuestión de los principios políticos) yo quisiera que así como ha variado S.S. un poco en la cuestión de principios, variase también algo en la cuestión de procedimientos; porque si S.S. ajustara sus procedimientos, su temperamento y su conducta a aquella flexibilidad que exigen los tiempos y las circunstancias en que vivimos, créame S.S., el cambio sería completo, y además sería un gran beneficio para el país. (El Sr. Conde de Sallent: Eso lo decía anoche El Correo. -Risas). No sé si lo decía anoche El Correo; lo que yo sé es que hace mucho tiempo, desde que tengo el honor de conocer a S.S., estoy diciendo que no tendría precio si tuviera otro temperamento, otra conducta y otros procedimientos.

El mal está en que puede no responder esto únicamente a la manera de ser de S.S.; puede no ser puramente personal, individual, sino que sea como consecuencia de la escuela política en que S.S. está empapado y en que están empapados sus amigos. Esto suele suceder en los partidos; no hay más que observar lo que ocurre a los partidos en los demás países; se diferencian, más que por las doctrinas y por los principios que profesan, por la manera como los aplican, por su manera de obrar y por los procedimientos que emplean. Pues esa diferencia existirá siempre, no lo dude el Sr. Cánovas, entre el partido conservador y el partido liberal. Esto aparte de que todavía; después de resuelta la cuestión del sufragio, quedan muchas cuestiones por resolver; quedan las cuestiones jurídicas, las cuestiones económicas, las cuestiones administrativas y las cuestiones sociales; a todas las que S.S. llevará su procedimiento y yo el mío, el partido conservador su sistema y su manera de ser, el [3411] partido liberal la conducta y los procedimientos que le son propios, y así habrá siempre una línea divisoria entre S.S. y yo, entre el partido capitaneado por S.S. y el capitaneado por mí, hasta tal punto que, aun cuando pudieran borrarse todas las diferencias políticas en cuestiones de principios, siempre quedaría esa línea divisoria entre el partido liberal y el partido conservador.

Voy a acabar. Aún tendría algo que decir al señor Cánovas del Castillo, porque ha estado, sin fundamento ninguno, duro conmigo esta tarde, sin necesidad de haberlo hecho por esta cuestión de las economías, porque así las economías desaparecen ante la magnitud que se quiere dar a la cuestión política; y para hacer economías conviene huir de la política, si se quiere conseguir que se resuelvan aquéllas como conviene a los intereses del país. Si S.S. quería decir respecto de mí todo lo que ha dicho hoy inoportunamente, podía haber suscitado un debate político, o sobre cualquier otra cosa; pero repito que con motivo de la cuestión de economías no he visto la oportunidad, permítame S.S. que se lo repita.

Pero de todas maneras, voy a concluir, porque me han avisado que van a pasar las horas de Reglamento, diciendo que el Gobierno mantiene las economías, pero mantiene también su palabra, la palabra dada a sus amigos y a sus adversarios, de dejar libre la cuestión, de no hacer de ella cuestión política, de partido, ni de Gobierno.

Y debo advertir al Sr. Cánovas del Castillo que yo, como asumo la responsabilidad que S.S. echaba de menos en mí como Presidente del Consejo de Ministros, soy el único que puede aquí determinar qué cuestiones se han de hacer o no de Gabinete, pero no estoy dispuesto a ceder a las indicaciones que sobre este punto me hagan mis adversarios. Cuando yo lo crea conveniente y beneficioso para los intereses del país, para la política en general y para la situación, entonces declararé las cuestiones de Gobierno; pero jamás porque les parezca así bien a las oposiciones, a las que estoy dispuesto a dar gusto en todo, menos en esto. (Muy bien).

Pues bien, señores de la mayoría el Gobierno tomó un acuerdo; cuando lo tomó, lo consideró conveniente a los intereses generales del país; el Gobierno mantiene el acuerdo y lo votará; pero el Gobierno, como ante todo es un Gobierno formal, y la formalidad es lo primero que se necesita para gobernar, adquirió también un compromiso con las oposiciones y con sus amigos: el compromiso de no hacer de esto una cuestión política, una cuestión de partido o una cuestión de Gobierno; cada cual, pues, puede votar con arreglo a su conciencia y como lo crea mejor a los intereses del país; que después de todo, Sr. Cánovas del Castillo, yo no hago la ofensa a las Cortes de creer que porque el Gobierno deje la cuestión libre no han de hacer economías en que tan interesadas están las Cortes como S.S. y el Gobierno, y acaso más, porque más inmediatamente las Cortes representan los intereses generales del país. Hagan, por tanto, las Cortes lo que tengan por conveniente, en la seguridad de que harán siempre lo mejor y lo que más conviene a los intereses del país. (Aprobación en la mayoría). [3412]



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